15 Feb
2016

No basta decir que NO, pero es el primer paso

Creo que lo primero que tenemos que entender es que la democracia liberal, ésta que tenemos en Bolivia, opera de una manera que, por lo general, no permite que lo que se decida sea lo que la gente realmente quiere decidir. Es decir, el 21 de febrero estaremos “decidiendo” sobre la reforma constitucional en lo referente al tema de la re-elección presidencial, pero ¿quién puso el tema de la re-elección como un tema que debería ser decidido? Pues, claramente fueron los grupos de poder en el gobierno que, a través del parlamento, nos obligan a decidir sobre el interés que ellos tienen de ser re-elegidos, y lo hacen siempre bajo sus términos (o ¿a quién de ustedes se les pregunto sobre si éste es el tema principal que debería ser decidido en este momento, o sobre si la pregunta es la que ustedes consideran importante?).

De repente, la política nacional parece sintetizarse en un SÍ y en un NO; y desde el gobierno (que ya ha demostrado claramente contener los rasgos de una nueva derecha) y la derecha tradicional nos dicen que el futuro de este país depende de la victoria de una de esas dos opciones. ¿No sé si les pasa? Pero este tipo de democracia, esta forma de “decidir” sobre los asuntos que nos competen, me genera zozobra, molestia e incomodidad, “decidimos” sobre lo que los de arriba quieren que decidamos, y parece que sólo nos queda hacerlo de la manera en que ellos lo prefieren.

Yo quiero decidir colectivamente sobre cuál es el mejor proyecto de país; quiero decidir colectivamente sobre si realmente queremos que en mi país se despoje a su gente y se destruya su riqueza natural para impulsar un desarrollo que beneficie a las grandes empresas; quiero decidir colectivamente sobre cómo se va a distribuir la riqueza –y si lo vamos a hacer de la manera prebendal en que se hizo a través del Fondo Indígena o no–; quiero decidir colectivamente sobre el alcance del poder que van a tener mis representantes, a quienes nunca quiero verlos “endiosados”, haciéndose amarrar sus watos y totalmente desligados de su pueblo; quiero decidir colectivamente, siempre con los de abajo, si la tierra más productiva de este país –millones de hectáreas– va a seguir estando en manos de un puñado de oligarcas; quiero que los que tienen que decidir colectivamente sobre su territorio y su autonomía lo hagan, sin que un burócrata venga a decirles cuál es la mejor forma en que ellos tienen que vivir, en función de quién sabe qué intereses. En fin, nada de eso está siendo decidido, sólo decidiremos si Morales y su vicepresidente pueden o no ser candidatos en 2019, mientras muchos de los temas que realmente nos importan siguen pendientes, algunos desde el neoliberalismo y otros desde mucho antes.

Mucha de la incomodidad que sentimos aquellos que de una u otra manera hemos y seguimos estando a lado de un proyecto popular y anti-capitalista, tiene que ver con que hemos perdido, en estos últimos 10 años, nuestra capacidad de expresarnos y decidir más allá de la democracia liberal. Me explico, en los grandes levantamientos populares que se suscitaron entre 2000 y 2005, decidíamos más allá de la democracia liberal; si nos querían imponer un impuestazo, nos organizábamos colectivamente, discutíamos en asambleas, decidíamos que aquello no era lo que queríamos y le poníamos un alto haciendo lo que fuese necesario, aunque eso pudiese implicar salir a luchar en las calles. Lo mismo con el agua y su privatización; lo mismo con los recursos naturales y los intentos de regalar nuestros recursos. Y pareciera que ahora sólo podemos decidir si Evo Morales puede ser re-elegido en 2019 o no. Mientras que aquellas formas de decisión desde abajo, de democracia popular–donde la decisión no se delega a los de arriba–,han quedado profundamente heridas por la coyuntura política actual, en la que el MAS se ha apropiado –por las buenas o las malas–de esa capacidad de decidir.

Resulta que esta democracia nos ha dejado frente a una falsa disyuntiva: votar por el SÍ y apoyar al gobierno del MAS para consolidar una nueva derecha que funda su proyecto de “desarrollo” en el despojo de los pueblos indígenas, en el beneficio de las transnacionales mineras e hidrocarburíferas, en el impulso de los intereses de la vieja oligarquía terrateniente del oriente Boliviano –la alianza MAS-CAINCO es el símbolo más grotesco de todo este proceso–, en la represión de los sectores populares críticos como la CIDOB o el CONAMAQ, etc. Por el otro lado, votar por el NO, que en un primer momento parece que es el voto exclusivo de la rancia derecha que ha quedado desplazada por el MAS y donde nos encontramos con personajes nefastos como Doria Medina, Sánchez Berzaín, Jorge Quiroga y toda esa camada de políticos contra los cuales la Bolivia rebelde se sublevó en los primeros cinco años de este siglo, y que quieren volver con paso de parada. Lo más paradójico, sin embargo, es que, más allá de ciertas diferencias –de forma más que de fondo– los proyectos de estos neoliberales, parecen coincidir en buena medida con los del MAS; por eso es que a la mayor parte de los sectores dominantes de este país (terratenientes, agroindustriales, transnacionales, grandes empresarios), parece que les tiene sin cuidado que gane el SÍ o el NO, de ambas maneras sus intereses están garantizados.

Pero, por más de que el gobierno insista en que el NO es la opción de esa derecha tradicional, hay un NO que pertenece a los de abajo, a los que definitivamente se cansaron de la verborrea de los gobernantes actuales y su incoherencia con su hacer político; de quienes quieren decir NO a los transgénicos; NO al saqueo de los recursos naturales; NO al control transnacional de los sectores estratégicos; NO a seguir financiando el capitalismo mundial con nuestras Reservas Internacionales; NO a que nuestro oro siga guardado en Suiza e Inglaterra; NO a la infraestructura de interconexión para el gran capital en proyectos como el IIRSA sin beneficio para los pueblos; NO a la resignación de una reforma agraria por la que tantos campesinos e indígenas han dado la vida; NO a la asquerosa alianza entre gobernantes que dicen ser de izquierda y oligarquía terrateniente o partidos como ADN (fundados por nefastos personajes como el dictador Banzer) y que ahora hacen parte componente del MAS; NO a la represión de los indígenas, de los pobres, de los que intentan construir nuevas formas de habitar el mundo…. Este NO –compuesto por muchos NO– es el que nos pertenece, el que desborda por mucho los límites de la democracia formal y liberal, es un NO a lo que está sucediendo y a lo que sucederá mientras arriba esté la derecha tradicional o los actuales gobernantes.

Si pensamos desde este lugar, votar por el NO el 21 de febrero puede ser algo profundamente insuficiente sino empezamos a hacer otras cosas más. Si gana el NO y no hacemos nada más, es muy probable que aquella derecha tradicional vuelva al poder. Es decir, si simplemente nos dejaremos llevar por la democracia liberal y la coyuntura electoral y no hacemos nada más, el SÍ significará potenciar una nueva derecha y el NO significará fortalecer a una vieja derecha. Por tanto, el punto de partida es asumir que no podemos conformarnos con el referéndum que se viene, y es momento de que empecemos a tener claridad sobre el sentido de nuestro rechazo al proceso político impulsado por el MAS, tenemos que empezar a expresar abiertamente que nuestro NO, no tiene nada que ver con el sentido colonial, racista y neoliberal del NO de la derecha tradicional; es, como ya habíamos dicho, una articulación de muchos, legítimos y populares NO. Esa es la única manera de romper con ese infantil argumento derrotista que dice: “si el MAS pierde, vuelve la derecha”; la derecha ya está en el gobierno y nos seguirá gobernando –cualquiera de las derechas– si no entendemos que es hora de empezar a organizarnos para que esto ya no suceda, organizarnos para explícitamente comenzar, a través de la discusión y la movilización, a reposicionar nuevamente las agendas que desde abajo consideramos pendientes.

Yo propongo, para empezar, dos cosas: primero, darle nombre a nuestro voto, nuestro voto es el voto por el “NO y NO”: NO al gobierno actual y a su política antipopular y NO a la vieja derecha. ¡Que eso quede claro! “NO y NO”. Lo segundo –más allá de que gane el SÍ o el NO, aunque esperamos que gane el segundo– empecemos a organizarnos colectivamente para que nuestro NO se sienta en la práctica y no quede en un simple porcentaje electoral; el NO se delibera en asambleas, el NO se comparte en nuestros trabajos, el NO se materializa en reivindicaciones explícitas, el NO se expresa en las marchas, en las movilizaciones….en las calles. Que gane el NO, pero que sea “nuestro” NO. Que cuando digamos “NO y NO”, sepan los neoliberales que nuestro NO a Evo es el mismo que les decimos a ellos, que no los queremos a lado nuestro, que no votamos por el NO para que ellos sean candidatos…. “NO y NO”.

* Huáscar Salazar Lohman (1983). Economista boliviano, vivió seis años en México donde realizó sus estudios de posgrado. Su más reciente publicación: “Se han adueñado del proceso de lucha” Horizontes comunitario-populares en tensión y la reconstitución de la dominación en la Bolivia del MAS (2015). Es miembro de la Sociedad Comunitaria de Estudios Estratégicos.

Fuente: http://www.bolpress.com/art.php?Cod=2016012001

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