24 Oct
2014

Una pieza del engranaje

Yo soy un amante de la paz. Por mi jamás habría guerras, asesinatos o conflictos. Soy un hombre religioso. Amo a Dios por encima de todo e intento amar al prójimo como a mi mismo.

Defiendo que la libertad es algo primordial para todos. Por eso no acepto preconceptos contra mi religión, mi modo de vida o pensamiento.

No soy de forma alguna homofóbico, racista o machista. Ahora, no soporto la tentativa de algunos de querer imponer una dictadura gay en nuestro país. Eso es un escarnio. Una blasfemia contra Dios.

Yo sé que debo amar al próximo como a mi mismo, pero yo no soy gay. Entonces, porque debo amar a un homosexual? El prójimo, para mi, es heterosexual. Un macho en el sentido pleno de la palabra. Como dar libertar para que ese tipo de gente atente contra los valores de la fe?

De la misma forma está en encaminamiento una campaña orquestada para que las mujeres asuman los lugares que son de los hombres por derecho. La Biblia dice con todas las letras: las mujeres deben ser sumisas al hombre. Yo no soy machista. Hasta repudio ese negocio de pegar a la mujer, violaciones y asesinatos. Pero, convengamos, algunas mujeres piden que eso suceda. Aquellas ropas cortitas.

Otra campaña es a favor de los negros. Ahora son bonos de esto y de aquello, cuotas, etc. Están imponiendo a nuestro país el conflicto racial. Pronto nosotros que siempre fuimos una nación de democracia racial. Es un hecho que la mayoría de los pobres es negra, pero eso no tiene relación con el preconcepto y si con falta de oportunidades y de capacidad intelectual. Por eso los negros son mal remunerados, o realizan los peores trabajos.

Pausa…

Hanna Arendt, filósofa alemana, una de las más brillantes intelectuales del siglo XX, escribió una serie de cinco artículos sobre ese juicio, titulado Eichmann en Jerusalén –Un relato sobre la banalidad del mal. El análisis de Arendt fue devastador. En vez del monstruo sanguinario resaltado por la prensa y diversas personas y organizaciones alrededor del mundo, Eichman era un hombre simple, un funcionario público honesto, hasta incluso ejemplar. Su función? Planificar y operacionalizar la “solución final”. O sea, él era responsable de coordinar toda la logística de transporte de judíos, comunistas, socialistas, gitanos y otros a ser muertos en los campos de concentración. Hombres, mujeres, viejos, niños. El desempeñaba su función con maestría. Para Eichmann aquel era un servicio como otro cualquiera. Cumplía sus metas, marcaba tarjeta e iba a su casa donde tomaba su baño, cenaba y, bien probablemente, rezaba en compañía de la familia.

En su defensa dijo que apenas cumplía órdenes. Y como buen funcionario público celaba para que las mismas fuesen fielmente ejecutadas. Lo que parece es que Eichmann jamás mató a alguien. Era apenas alguien que obedecía.

Esa incapacidad de reflexionar sobre sus actos, a pesar de haber participado activamente del engranaje que mató millones de personas, es lo que Hanna Arendt denominó la banalidad del mal.

Y que tiene eso que ver con lo que fue escrito arriba sobre los homosexuales, negros y mujeres? Es que personas comunes, amigos nuestros, aquellos que decimos con orgullo “ese es un amigo de pecho”, exaltan el discurso homofóbico del candidato a la presidencia Levy Fidelix, pero lo complementan: “no soy homofóbico”. Hasta incluso figuras como el cantante Lobão reverencian tal figura. De la misma forma, hay aquellos que se estrellan contra las cuotas, pero dicen: “no tengo preconceptos”. Y hay los que afirman que el lugar de la mujer es en la cocina y que son violadas por causa de sus minúsculas faldas o vestidos. Con todo, resaltan: “no soy machista”. Estos, tal como Eichmann, son personas simples, honestas, trabajadoras. Entretanto, tal como Adolf Eichmann, son piezas de un terrible engranaje creado para matar personas. Incluso en vida.

Belém do Pará

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