Las multinacionales farmacéuticas se han encargado de hacer de la salud el negocio más lucrativo y menos beneficioso para los consumidores. De hecho, las multinacionales más poderosas del mundo son las farmacológicas, que pasan por encima de leyes y estados.

La monopolización en la industria de la salud comenzó con el auge de la penicilina y la destrucción que trajeron al mundo las dos guerras mundiales. El surgimiento de nuevas tecnologías como la biotecnología y la nanotecnología da lugar a que las multinacionales se conviertan en multisectoriales, y lo más preocupante es que aquellas multinacionales farmacéuticas que se encargaron en estas décadas de difundir extrañas enfermedades para sacar al mercado nuevas “curas”, comienzan a encargarse también de la alimentación del mundo a través de monopolios.

Silvia Ribeiro, investigadora del ETC Group, en uno de sus artículos sostiene que “las industrias multinacionales farmacéuticas son el sector industrial que percibe mayor porcentaje de ganancias del planeta y tienen una enorme disponibilidad de dinero para el cabildeo”. Esto lleva a pensar en toda la publicidad que vende los medicamentos específicos, que no son más que químicos que envenenan el organismo humano y perturban su funcionamiento natural, creando dependencias y trastornos irreversibles.

Por otro lado, la guerra biológica que comienza a ponerse de moda en el mundo hace pensar en que todos los planes que hasta ahora pusieron en marcha las multinacionales farmacológicas requieren de efectos más acelerados. Se crea enfermedades en laboratorios que se adentran en la mente de la población mundial a través de los medios de comunicación. La investigación y la difusión de información no van de la mano en el rubro de la ciencia y de la medicina en especial.

Una terapia alternativa

Recordando una canción de Serrat: “La abuelita de Kundera y también la mía conocían cada yerba y sus aplicaciones, sabían lo que tenían dentro los colchones, sabían leer el cielo y cocer el pan”. Así, técnicas terapéuticas sencillas y baratas, que superaron barreras culturales y que estaban en boga antes de las guerras mundiales, cayeron en el olvido y el desprestigio, precisamente debido a la maquinación de un puñado de multinacionales y científicos para la difusión de falsa información. Por ejemplo, se invalidó la técnica del reemplazo de plasma sanguíneo por agua de mar, reducida en sus sales marinas y obtenida de grandes profundidades oceánicas. El agua marina tratada es llamada Plasma de Quinton y cura diversas enfermedades.

La página web de Discovery Salud cuenta que René Quinton era un filósofo francés, quien en 1897, aquejado por la tuberculosis, consultó a un amigo jesuita. Éste le habría referido un texto de Platón donde el pensador griego cuenta cómo unos sacerdotes egipcios le trataron positivamente con una “cura marina”, que consistía en estar en contacto con el mar y beber sus aguas previamente tratadas. Decidido a probar, Quinton sanó en poco tiempo de su dolencia pulmonar, lo que le llevó a la conclusión de que el plasma marino debía tener propiedades curativas en los organismos vivos.

Nutrición y tratamiento

El mismo artículo argumenta que “el plasma de Quinton es el biberón que requieren los seis millones de niños desnutridos que, según la OMS (Organización Mundial de la Salud), mueren cada año”. Así de rotundo se expresa Laureano Domínguez, periodista y escritor colombiano que se ha convertido –tras 25 años de investigación– en un apasionado defensor de los estudios de Talasoterapia del científico René Quinton.

El agua de mar es un suero que, además de sustituir líquidos, nutre. Por consiguiente –subraya el reportaje–, podría evitar la muerte de muchas personas, pero, desgraciadamente, “a las multinacionales de fármacos no les conviene que se divulgue un remedio tan fácil, accesible y barato”.

Ribeiro plantea al concluir su artículo que “quienes, complementariamente, están promoviendo patentar plantas medicinales y conocimientos tradicionales diciendo que es una protección para las comunidades, no son más que un eslabón de las cadenas que estas insalubres multinacionales quieren ponerle a todas las poblaciones”. Y toda esta campaña terrorista de las multinacionales farmacéuticas cuenta con el apoyo de los sistemas públicos de salud y la aprobación del público ingenuo, que consume para “estar sano”.

Philip Dick, en una de sus novelas, reconoce: “Estoy hecho de agua. Jamás se darán cuenta de ello, porque la tengo contenida. También mis amigos están hechos de agua. Todos. Para nosotros, el problema no sólo radica en que debemos andar sin ser absorbidos por la tierra, sino que debemos ganarnos la vida”. Ésta es la situación de todas las personas que no tienen el poder del conocimiento, mismo que en la actualidad ha sido monopolizado por las grandes empresas comercializadoras de la “salud”.

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