02 Oct
2013

Alrededor de Una excursión a los mapunkies

    Mapunkies: mapuches punks. Existen y en un libro escrito por Agustina Paz Frontera cuyo título parafrasea la famosa obra de Lucio V. Mansilla, se narra un viaje en su búsqueda. Lo acaba de publicar una editorial argentina llamada Pánico al Pánico (su web es www.pánicoalpánico.com.ar) y lo acabo de leer de un tirón –son 133 páginas que se leen solas porque el estilo de Paz Frontera es tan ágil y directo que uno le agradece, página a página, que escriba así.   Ella misma se encarga de situar su obra y su motivación para escribirla. Dice: “El tema no le importa a nadie, a nadie le interesan los mapuches, pareciera ser un tema de hippies y minitas vegetarianas…” ¿Fuerte, no? Sigue y confiesa: “a mí tampoco se me cruzaban por la cabeza, pero cuando entendí que estaban vivos entre nosotros haciendo punk y rap en inglés, en mapuzungun, ahí enloquecí. Me entusiasmó pensar esas mezclas y salir a verlas”. Eso hizo y se largó con su mochila por los caminos de la Patagonia argentina pero sobre todo por el sur de Chile, por la antigua Araucanía de Ercilla pero sobre todo de Lautaro y de Caupolicán, y de su memoria viva, de manera especial entre los jóvenes mapuches, de modo visceral y eléctrica entre los músicos. Vale la pena leerlo.   Sin embargo, quiero seguir reflexionando sobre lo ya anotado: ¿a nadie le interesan los mapuches? ¿A nadie le interesan los indios? Es duro contestar estas preguntas. Digo que hay que tener huevos o temeridad o una ingenuidad desconcertante para formularlas y que hay que tener una ingenuidad cómplice o una frivolidad que galope o verdadero coraje para responderlas con la mayor de las sinceridades.   Contaré una historia a modo de aportar luces; más que luces, sombras debería aclarar. Recuerdo un encuentro que con pompa se autobautizaba como de “resistencia a la industria petrolera”. Allí participan compañeros mapuches. Compañeros mapuches que son afectados de manera directa por la explotación petrolera, que sufren sus consecuencias nefastas, por ejemplo morir por contaminación, como le sucedió a Cristina Lincopán, una hermana mapuche y autoridad de su pueblo, que –¿ironías, causas o azares?- estaba presente en el referido encuentro. Los mapuches eran un puñado, el resto de la concurrencia eran huincas (la palabra mapuche para referirse al blanco, sobre todo a los malos), huincas de distintas procedencias, tamaños, color de cabello, estilo de maquillaje, pero huincas todos, al fin y al cabo.   Mi amistad con algunos de aquellos mapuches sigue hasta hoy, pero se forjó esos días, y sobre todo las noches de esos días, donde una tras otra nos las pasábamos conversando y conversando y tomando unos vinos para aclarar la garganta y el entendimiento. Pero a algunos no les gustó la cosa. Digo: a algunos de los míos, de los huincas. Esto lo sé porque sucedió lo que sigue. En un aparte, fumándonos un pucho, una huinca me encaró y me dijo algo así, reproduzco  más o menos el diálogo y el sentido del dialogo:   La huinca: esos tus amigos mapuches… —el tono era tan intempestivo que me erosionó de movida—, esos tus amigos mapuches ¡son unos locos!   Yo, el otro huinca: ¿Qué? ¿Qué decís? ¿Por qué?   La huinca: hablan y hablan que son pobres, que son víctimas, pero la verdad es que se quieren quedar con toda la tierra, con toda la Patagonia…   La huinca había mostrado todos sus dientes. No se había guardado ninguno para morder con furia la carne mapuche…   Yo, el otro huinca: ¿Y qué? ¿Cuál es el problema?—pregunté sin alterarme ni un decibel: 1. Porque hablar no cuesta nada y como dijo Shakespeare son palabras, palabras, palabras y 2. Porque ese discursito racista y vengativo ya lo conocía (es el mismo que justificó el genocidio indígena y la usurpación de sus territorios en los siglos XIX y XX) en boca de muchos pero muchos huincas all around the world…   La huinca: ¿cómo cual es el problema? ¡Esta tierra también es nuestra! —la huinca era patagónica argentina. En esa Patagonia, hasta finales del siglo XIX, no vivió ningún blanco desde el Río Colorado hasta la punta del continente sudamericano de forma permanente. Los únicos que vivían allí eran los indios.   Yo, el otro huinca: mirá, en manos de ustedes, la tierra termina en manos de las petroleras, de las mineras o de Monsanto que quiere meterle soya hasta en Chubut… tal vez si se la devolviésemos a los mapuches…—La huinca no me dejó terminar la frase y se fue gritando:   La huinca: ¡Sos un extremista! ¡Sos un extremista! —ese discursito también lo conocía: es el que justificó el genocidio, el “aniquilamiento” de miles y miles de compañeros, desaparición forzada de personas mediante, de la militancia política y sindical en los años 70s.   Moraleja del cuentito: en todos lados, incluso en los cónclaves anti algo o pro lo que fuere, se cuecen habas y a veces hasta mapuches.

Entonces, ahora vuelvo a preguntar y preguntarme: ¿a nadie le interesan los mapuches? ¿A nadie le interesan los indios? Cada cual, debería ponerse la mano al pecho y si se atreve, contestarse, si es posible frente a un espejo.

Río Abajo, 19 de septiembre de 2013

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