02 Oct
2013

El punto ciego donde se encuentran Palmasola y Snowden

A la memoria de Cintia y Daniel, adolescentes de Salta, noroeste de Argentina,víctimas de la inequidad y el control social. A la memoria de los 36 muertos en la cárcel de Palmasola, en Santa Cruz, Bolivia. A la alegría de Jorge, Facundo y Ezequiel, promotores culturales que ya reencontraron su libertad a Mabel Arispe Nogales, amiga en los caminos más desamparados. La cárcel es uno de los grandes agujeros negros de la “civilización”: un punto ciego. La carne donde la serpiente muerde su cola (donde el control neocolonial se retroalimenta), la piedra del sacrificio de chivos expiatorios ofrendados al poder de la sombra social. La cárcel como punto ciego de la sociedad funciona con el mismo espesor simbólico de una cloaca. Un “penal” es el punto cero desde donde medir el grado de ausencia de derechos de nuestra sociedad. La concepción de la pena es un tema político, no jurídico como quieren hacernos creer. Una verdad hasta cantada a gritos por el “Indio” Solari: “si esta cárcel sigue así / todo preso es político / reos de la propiedad / los esclavos políticos”[1]. La concepción de la pena modela el poder, y tiene implicancias civilizatorias y ontológicas profundas: se juegan las libertades fundamentales del ser humano, las batallas más dignas para digerir la sombra de nuestra historia. Ya lo decía en 1886 el brasileño Tobías Barreto, mulato nordestino, abolicionista de la esclavitud, genial guitarrista: “quien procure el fundamento jurídico de la pena debe también procurar, si es que ya lo encontró, el fundamento jurídico de la guerra”[2]. Curiosamente ese mismo año, tiempos de la expansión neocolonial de las potencias europeas con sus grandes holocaustos de pueblos al dios del progreso, y apenas una década antes de que Freud y Jung descubrieran el inconsciente, Robert Luis Stevenson escribió, a partir de un revelador sueño (territorio de los mensajes colectivos), El extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, el “Sr. Escondido”, la sombra que somos, el punto oscuro donde se inician las masacres. La reciente masacre de Palmasola, cárcel de Santa Cruz, Bolivia, con 36 muertos carbonizados, de un promedio de 30 años – uno de ellos, un niño de 2 años – y alrededor de 60 heridos, puso una dolorosa luz sobre un punto ciego de nuestra sociedad neocolonial: el poder punitivo y la criminalización de la pobreza. Palmasola no es un hecho aislado. Hay una masacre silenciosa de pobres organizada por el sistema penal del mundo, que en Latinoamérica adquiere características propias, por la profundidad de sus desigualdades y dependencias. En tiempos de la masacre de Palmasola, por hablar del territorio desde donde escribo, dos “suicidios” aparecieron en la cárcel de Salta, en el noroeste de Argentina: uno ahorcado en la enfermería penitenciaria y otro carbonizado en su propia cama, ambos jóvenes y a punto de cumplir su condena. La criminología positivista que a principios del siglo XX ideó los “penales” tiene el mismo sustento ideológico que los centros de exterminio nazi. El estado penal continúa el racismo del apartheid. Así, “se gobierna mediante la administración de los miedos”[3].Y mediante un sutil mecanismo productor de ceguera de nuestras libertades fundamentales, desde una “criminología mediática” global, que fue estudiado de manera magistral por el Juez Eugenio Zaffaroni[4]. Es una compleja red de responsabilidades y ausencias. Adolfo Pérez Esquivel, nobel de la paz (uno que realmente lo merece), ha hecho una síntesis descriptiva del horror que nadie quiere ver, una masacre que no se circunscribe a un país tiende sus hilos sin fronteras por los penales hasta los territorio de los excluidos del “sistema” donde diariamente mueren jóvenes por violencia policial (una policía de ocupación territorial, me consta), donde los muertos son doblemente ausentes, porque nadie los muestra por tv. En un informe anti carcelario argentino, junto a otros luchadores de DDHH, Pérez Equivel, afirma: “la superpoblación de las prisiones alcanza al 92%, el fuerte deterioro edilicio y aumento de las enfermedades ponen en evidencia el trato cruel y degradante que se vive en las prisiones del país (…) si los efectivos penitenciarios, tanto federales como provinciales continúan su práctica aberrante de torturas, malos tratos, comercialización, drogas y sometimiento de los internos, es necesario analizar e investigar la situación y uno de los ejes fundamentales es la impunidad jurídica y la falta de sanciones internas a los efectivos (…) La construcción democrática y de los derechos humanos son valores indivisibles y espacios a construir en la participación activa de la sociedad. Los caminos para alcanzar esa construcción es lograr desarmar la conciencia armada, la educación y la formación social y superar la cultura de dominación que piensa que la violencia social se supera con más represión, encierro y castigo, transformar las cárceles en depósitos de seres condenados al aniquilamiento de su condición humana.”[5] Descubrir y especialmente sentir el punto ciego: ser conscientes de lo que significa poner el peso del castigo ejemplar en quitar la libertad a una persona tiene implicancias profundas a nivel de la construcción de un nuevo paradigma. La expansión de nuestras libertades fundamentales y de la calidad de vida es la base para otro modelo de desarrollo. Así sembró un nuevo proyecto civilizatorio, Amartya Sen, otro premio nobel (que sí merecía recibirlo). Las libertades fundamentales se expanden en las posibilidades de desarrollar lo que soy, por eso los derechos culturales son considerados –desde no hace mucho tiempo- derechos humanos fundamentales. Por eso “es inútil hablar de cultura y desarrollo como si fueran dos cosas separadas”, dijo la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo de la ONU, en 1995. Pero resulta que a un adolescente que quizás robó una gallina le quitan lo más preciado y necesario para el desarrollo de la sociedad: los restos que le quedaban de su libertad, y esto ocurre, en la mayoría de los casos, sin una sentencia, por mera “portación de rostro”. Pero además, en el encierro, lo torturan. Y muchas veces, lo terminan quebrando, como lo demuestra la gran cantidad de intentos de suicidio de adolescentes y jóvenes, y lo sé por experiencia directa, porque las estadísticas que darían cuenta de la magnitud de la masacre se silencian: para alimentar el punto ciego. ¿Qué significa que en las cárceles argentinas se hacinan 70% de jóvenes y que más del 80% de la población privada de libertad no terminó sus estudios primarios?[6] Si se ha demostrado de manera seria y desde distintas disciplinas, luego de 100 años de esta experiencia psicópata, que LAS CARCELES NO SOLUCIONAN LOS PROBLEMAS DE INSEGURIDAD, ¿cómo es que nuestras sociedades siguen ciegas reclamando criminalizar la pobreza? ¿cómo es que la “inseguridad” se volvió el tema prioritario en ciertas agendas políticas, como en la Argentina, que incluso provocan el travestismo ideológico más escandaloso, las propuestas más disparatadas como la castración de violadores (de un candidato salteño) o la baja en la edad de imputabilidad o incluso la especulación de atenuar los problemas de desocupación creando más cárceles? La fe en el poder punitivo tiene rasgos de una profunda enfermedad social. ¿Por qué no se percibe la magnitud cotidiana de la inequidad? ¿cómo se alimenta el punto ciego de la insensibilidad humana? ¿dónde está el ojo que va a las raíces de las cosas? No es casual que paralelamente al nacimiento de las cárceles se perpetraron (hasta hoy, lo vemos con Siria) las masacres humanas más abismales de las que se tenga registro. Masacres alentadas por los estados y poderes coloniales concretos, por el poder mediático y por la indiferencia internacional. Masacres humanas, pero también de toda forma de vida en la tierra: bosques y animales que nunca más verán el sol sobre sus formas únicas, y con ellos, perdimos la posibilidad de ver el mundo desde un lugar nuevo, de ser más libres, de ser dignos. Cargamos la responsabilidad de esta ausencia sin nombre. La diversidad empobrecida nos quitó soberanía alimentaria, que es una libertad fundamental. Nos hemos empobrecido de una manera cosmogónica tan escandalosa, que se hace difícil encontrar palabras ante este dolor. ¿Cómo es que se produce este punto ciego para no ver la magnitud de las masacres? Los puntos ciegos tienen una fuerza que se alimenta de ausencias, donde se adormeció el instinto de libertad, donde la trama se adensa y no vemos los hilos, donde el dolor no puede ser digerido. Lugares de la sombra social donde se apoya la palanca del poder hegemónico que mueve al mundo, y lo obliga a moverse según su danza macabra. Los puntos ciegos tienen semejanza a políticas distractoras, con un sabor a falta de plenitud, similar a la negación de la muerte o al consumismo, que es lo mismo. Y así, nos entrenan de diversas maneras, principalmente en la escuela y los medios, para no ver lo importante: cómo la cultura del miedo se construye para desandar nuestras libertades conquistadas con tanto esfuerzo. Y ahí empezamos a ver a Snowden. Para mí lo revelador no es tener la confirmación de que el presidente de EEUU este espiando todos los e-mails del mundo, violando la privacidad de nuestros derechos y de sus propios ciudadanos en el país paladín de la democracia. Es ver la ausencia de reacción lo preocupante, la gravedad del hecho debería haber provocado la destitución de Obama. La cárcel está afuera. La de adentro justifica violar los cuerpos y la de afuera viola la intimidad de nuestra información, justifica controlar el espacio público de una plaza con cámaras de seguridad, justifica reprimir una marcha que exige nuestros derechos, judicializa a luchadores de pueblos originarios, justifica violar el derecho internacional y poner en riesgo la vida de un presidente latinoamericano, en un simulacro de castigo ejemplar. La cárcel de afuera justifica una guerra, una nueva masacre en medio oriente. Este poder punitivo sin control es el fondo de una nueva estructura colonizante, de donde puede surgir una nueva forma de totalitarismo. Debemos encender una luz de alarma, romper la indiferencia y la pereza política, crear otras formas de sentir lo público, la totalidad de la vida, las formas complejas de nuestra historia. El punto ciego más importante es la criminología mediática, que está produciendo un verdadero estado de sitio virtual, que multiplica el dolor y la muerte. Pero hay otros: la sombra social del chivo expiatorio el fatalismo de los que no actúan, no se involucran, los blindados la violencia doméstica y sus víctimas normalizadas: las mujeres, los niños violados por sus parientes las políticas “productoras de ausencias”, al decir de Boaventura de Sousa Santos[7] la monocultura Por eso dar la batalla cultural es fundamental. La batalla por otros medios, por la pluralidad, por expandir las libertades fundamentales. Por abrazar al otro. Mirarlo a los ojos. Sentir la primavera. Todo esto lo digo desde adentro. Lo afirmo con la presencia de rostros, con sus dolorosas historias de vida, con sus sueños, con sus nombres: Cintia, Daniel, Jorge, Facundo, Ezequiel, como muchos otros adolescentes y jóvenes que he conocido, en situación social muy vulnerable y privados de libertad, por delitos evitables y otros injustos, si la sociedad hubiera puesto su esfuerzo en crear condiciones de vida dignas para ellos. Los conocí durante tres años de trabajo muy duro e intenso junto a otros compañeros abriendo el cerco a nuevas políticas de estado, articulando desde organizaciones sociales y con algunos funcionarios comprometidos, y hasta como agente penitenciario, una experiencia de la cual todavía no me repongo. Logramos en Salta la apertura del primer Centro de Atención a Jóvenes en Conflicto con la Ley Penal, en reemplazo de las macabras Comisarías del Menor, verdaderos centros de tortura donde perdieron la vida muchos niños; creamos el primer Centro Cultural Abierto y escuela de promotores culturales en la cárcel de Salta; organizamos el Primer Encuentro Nacional de Cultura en Contextos de Encierro y un Seminario Nacional de Políticas Culturales en Cárceles (inconcluso por represión del Servicio Penitenciario provincial), actividades reconocidas por el ILANUD (Instituto Latinoamericano de Prevención del Delito de las Naciones Unidas) del cual fuera director Eugenio Zaffaroni. Durante esos años me propuse no normalizar la mirada, sensibilizarme cada vez para no perder de vista el punto ciego. Acompañar el camino de esos jóvenes simplemente hacia lo que ellos eran, y que en la condición macabra y psicópata del encierro, junto a la violencia del estado y de la sociedad (la violencia estructural es otro punto ciego), es prácticamente un milagro. Pero el milagro aconteció: un pequeño espacio para que esas personas privadas de libertad por diferentes motivos pudieran encontrarse a sí mismas y con otros, sin estigmatizaciones. Un lugar de confianza para que pudieran expresar desde distintos lenguajes artísticos (cine, poesía, muralismo, música, palabra y cuerpo en movimiento y de pie) lo que ellos eran y también analizar en profundidad el por qué estaban ahí, los bajofondos sociales y políticos, desnudar la sombra, denunciar los puntos ciegos que nos habitaban. Un espacio amoroso para expresar el dolor por el desamor y la injusticia, para aceptar y hacer el duelo por el daño realizado, que es la forma real de responsabilizarse por la propia historia, fortalecerse ante la soledad y exclusión en la que habían crecido. Fortalecerse era abrir corazas antiguas y sostenerse desde un lugar nuevo para no devolver el golpe, para no ser lo mismo que el psicópata carcelero que busca tu punto débil para quebrarte y mantenerte controlado. Animarse a crear, soñar y sostener un camino de vida diferente, a contracorriente del omnipotente poder social que los necesitaba para el sacrificio cotidiano de no ver su propia sombra. Enfrentar y sacarse la macabra etiqueta de chivo expiatorio no es fácil. Romper el fatalismo de que si se nace pobre se muere pobre. Romper el prejuicio de “ser” chorro y soportar el vacío de no ser nada hacia el tránsito de encontrarse con lo que realmente se es. Solo se puede ser pleno en libertad. Muchos jóvenes, promotores culturales, han salido; otros quedaron en el camino: los mató el poder punitivo, el control social sobre la pobreza, que cae especialmente sobre los jóvenes: los capaces de sentir que el primer amor y los sueños tienen un sabor muy parecido a la libertad. La cultura no es un juguete inofensivo, un entretenimiento de presos, un maquillaje para atenuar las torturas o una herramienta del psicólogo penitenciario para desnudarle el alma a su objeto de trabajo. La cultura es un arma revolucionaria: hace del depósito de personas un espacio de encuentro, donde lo que soy, vale. Donde la verdad y la memoria de una historia de vida desnuda la inutilidad del servicio penitenciario, y pone luz al punto ciego de nuestra sociedad desigual Hace falta un profundo cambio cultural y civilizatorio. Dijo Jung, que “lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino”, no aceptar nuestra propia sombra es el huevo de la serpiente. Verónica Ardanaz Valle Hermoso, Salta, 13 de setiembre de 2013. A la memoria de Yolanda Liotti

[1] El «Indio» Solari es un músico, cantante y compositor de rock argentino, uno de los fundadores y ex vocalista del grupo Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, una de las bandas míticas de rock más importantes de Argentina. Miren el tema con imágenes de la represión del cacelorazo que derrocó a De La Rúa: http://www.youtube.com/watch?v=yHfz-jwWYGc [2] Zaffaroni, Eugenio. La cuestión criminal. Prólogo Gianni Vattimo, Ed. Planeta, Buenos Aires, 2012, pág. 214. [3] Zaffaroni, Eugenio. La cuestión criminal. Prólogo Gianni Vattimo, Ed. Planeta, Buenos Aires, 2012. [4] Eugenio Zaffaroni es el tratadista de Derecho Penal más citado y estudiado en América Latina. Sus obras fueron publicadas en varios países y traducidas en distintos idiomas. Actualmente es profesor emérito de la Universidad de Buenos Aires y ministro de la Corte Suprema de la Nación Argentina. Fue interventor del Instituto Nacional de Lucha contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI). Doctor Honoris Causa de una treintena de prestigiosas universidades de América y Europa. [5] Pérez Esquivel, Adolfo. Prólogo de: Cárceles de mala muerte. Informe (anti) carcelario. Argentina 2010-2011, editorial AgruPasión Para la Libertad, Buenos Aires, 2011. [6] Datos aproximados de diversas fuentes de cárceles federales y provinciales de la Argentina. [7] Sociólogo y poeta portugués. “¿Qué quiere decir esto? Que mucho de lo que no existe en nuestra sociedad es producido activamente como no existente, y por eso la trampa mayor para nosotros es reducir la realidad a lo que existe. Así, de inmediato compartimos esta racionalidad perezosa, que realmente produce como ausente mucha realidad que podría estar presente. La Sociología de las Ausencias es un procedimiento transgresor, una sociología insurgente para intentar mostrar que lo que no existe es producido activamente como no existente, como una alternativa no creíble, como una alternativa descartable, invisible a la realidad hegemónica del mundo. Y es esto lo que produce la contracción del presente, lo que disminuye la riqueza del presente”.

Print Friendly, PDF & Email
Fobomade

nohelygn@hotmail.com

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *