Balada de los desiertos (Homenaje al pueblo Chipaya)

En la distancia y el eriazo más sideral, así lo sueñes nomás, sigues navegando esas aguas que te llevan hasta Ukpata, Panza y Qallapacha, las islas de tus rituales

Donde todo el fervor del cosmos es la extensión y la carne de tu voz desgarrada

Donde cada piedra clama y cada piedra estalla de tanto clamor

Donde la trenza-imán de tus mujeres nos ata a esas verdades de un mundo, a esas verdades

Que por más ausentes que parezcan, jamás pueden ser olvidadas, jamás deberían serlo

Una vez, en las pampas de Aullagas, hallamos un bote ebrio, tatuado en la arena

¿Acaso era espejismo? Dudamos ¿Acaso el lago Poopó no estaba tan seco de recuerdos y tan oxidado por la minería que ya daba pena?

Pero era tu bote, hermano chipaya. Eran tus velas blancas que el viento azotó para que las viéramos

Y vos viniste, a buscarlo

Y desde aquella vez y estaba el Guille a mi lado y con la cámara

Juntos nos fuimos a naufragar hacia el destino. Juntos seguimos

Cada cual con el pan ajeno de la tragedia y las crudas huellas de su propio espanto

A veces quise volver allí, volver a encontrarte, pero sabía que no estarías, por eso me atajé, por eso me até como Ulises

No sea que las sirenas del fin de un mundo, de un lago agónico, un mar adentro de absurdos cuarzos, terminen por escribirnos el epitafio en la luna herida de nuestros ajayus

Cuando te encontramos andariego por los lados del Sajama, comprendimos todo

Es preferible la sed a morir, es mejor agasajarla a no estar

Y brindamos con polvo en la mirada, y nos emborrachamos de travesía y humareda

Y nunca más nos cruzamos, ni nos miramos a los ojos, porque ya no había porqué.

 

Río Abajo, 12 de marzo de 2013 y ecos de Jaime Sáenz, y ecos de Djuna Barnes

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