El gasto en el ocio ha sido uno de los que más reducciones sufren en momentos de crisis. Menos viajes, menos salidas a comer, al cine o al teatro. Y todo ese tiempo que nos queda libre, hoy lo gastamos más que nunca en ver la televisión. También el mayor número de personas desempleadas hace que el número de horas frente a la tele aumente de manera considerable. Cuando uno tiene un trabajo, al menos ocho horas diarias está en el “tajo”.

La televisión, como medio de comunicación de masas, tiene unas funciones que cumplir dentro de la sociedad: formar, informar y entretener. En la actualidad, los contenidos de entretenimientos llenan las parrillas de las cadenas de televisión. La información queda relegada exclusivamente a los espacios informativos, los telediarios, telenoticieros… La actualidad diaria queda resumida, como mucho, en dos horas al día. Un informativo a mediodía y otro a la noche. Y de ellos, más de 20 minutos se dedican a los deportes y otro gran bloque a los sucesos: accidentes de tráfico, robos, asesinatos… Las plantillas de las redacciones de informativos se ven reducidas cada día, y también la calidad de las noticias.

El espacio de la formación está en una situación aún más precaria si cabe. Los espacios formativos han desaparecido de la mayoría de las cadenas privadas, y en las públicas quedan relegados a algunos buenos documentales, que siempre se programan en horarios residuales. Sin duda, la función formativa es un “espejismo”.

Así, la mayor parte de las horas de la programación televisiva está dedicada al entretenimiento. Con suerte, se puede ver en televisión algún buen programa con el que pasar el rato y aprender algo. En España, por ejemplo, están los programas, como “Pasapalabra” o “Cifras y letras”, que llevan años en antena. Pero, tampoco son los que llenan las parrillas semanales. También, con algo de suerte puede que en la tele programen una buena película o una buena serie de ficción. Sin embargo, no son tampoco abundantes. Por el contrario, el resto del tiempo, la programación está llena de telenovelas, series malas, películas de clase B, programas del corazón y “reality shows”. En todos ellos, la ficción supera ampliamente la realidad. Los insultos, los gritos, la falta de educación llenan muchos espacios y horas de televisión.

Pero también programas donde el “sensacionalismo” llega a cotas muy altas. Programas donde hay que ir siempre un poco más allá y mostrar el cadáver si es necesario. Frente a estos, otros programas más “dulces”. Telenovelas o programas donde se muestra un mundo lleno de riquezas inalcanzables para la gran mayoría de las personas. En España, por ejemplo, programan “Españoles por el mundo” y todos los protagonistas, allá donde estén, siempre viven en grandes casas, tienen buenos sueldos y lujosos coches. Da la sensación que con sólo salir de España, la vida de uno cambiará sin esfuerzo. Y este es el ejemplo que muchos jóvenes están recibiendo.

Los directivos de las grandes cadenas de televisión argumentan que la programación que tiene audiencia es aquella dedicada al entretenimiento, eso sí mal entendido. Y es una realidad. Nadie aprieta el off del mando a distancia para ponerse a leer la última novela de un gran escritor. Cada uno de nosotros, como consumidores de televisión, tenemos en nuestra mano la respuesta. Es necesario un consumo más inteligente y responsable de los contenidos televisivos. Sólo así hay una posibilidad de que algo cambie.

La autora es periodista del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS) de España. ccs@solidarios.org.es Twitter: anaismunoz.

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