E.P. Thompson y William Morris: dos eco comunistas

Como ha señalado Rebecca Solnit, el mundo está “patas arriba”, aunque no en el sentido que comúnmente se le da a esta frase, que tuvo un significado igualitarista y antiimperialista.

Antes “patas arriba” describía las revoluciones espirituales y políticas: San Pablo, por ejemplo, fue acusado de “poner el mundo patas arriba” cuando predicó universalmente a todos –griegos y judíos, hombres y mujeres– en Tesalónica (Hechos, 17:6). Ése fue justamente el nombre de la melodía que supuestamente se interpretó en la rendición de Cornualles en Yorktown, cuando se consiguió la independencia estadounidense (“todos los hombres son creados iguales”). Como igualitaristas y antimperialistas, E.P. Thompson y William Morris eran comunistas, y ahora necesitamos más comunistas que nunca. ¿Pero qué significa el término exactamente?

Como fundador de una organización de clase, anticapitalista y revolucionaria, Morris propuso varias definiciones viables para su programa político: “Bien, lo que quiero decir por socialismo es un estado de la sociedad en el que no habrá ya ni ricos ni pobres, ni opresores ni oprimidos, ni ociosos ni gente sobrecargada por el trabajo, ni trabajadores intelectuales espiritualmente enfermos ni trabajadores manuales enfermos del corazón, un mundo en el que todos los hombres vivirán en igualdad de condiciones y gestionarán sus asuntos sin pérdidas y con la plena conciencia de que el daño a uno de ellos será el daño a la comunidad: la realización del significado último de la palabra riqueza común (Commonwealth).” [1]

La mayoría de los elementos de esta definición –que puede haber diferentes tipos de sociedades, que la sociedad dominante está basada en clases de ricos y pobres, que la igualdad es una condición alcanzable, que la sobrecarga de trabajo y la alienación violan los principios de solidaridad humana– proceden de las luchas de la primera revolución industrial, como llegamos a saber de ellas gracias al libro de E.P. Thomson, La formación de la clase obrera inglesa (1963). El único punto en que difiere del de Morris es la demanda de que no haya “pérdidas”.

Esto es lo que hace a su comunismo “verde”, que volvemos a sentir cuando Morris pierde su temperamento: “Vivimos en una época de mala calidad. La mala calidad reina. Desde el hombre de estado hasta el zapatero: todo es de mala calidad”, exclamó a un reportero. “Entonces, ¿no admira usted el sentido común de John Bull, Mr. Morris?” [2] “John Bull es un zoquete estúpido y poco práctico”, respondió Morris. En otro momento, ya más calmado, añadió, “aparte del deseo de producir cosas hermosas, la principal pasión de mi vida fue y es el odio a la civilización moderna.” Ese odio procede de una repugnancia hacia todo lo que era miserable, estúpido, aburrido y odioso en el capitalismo, y que le condujo a repudiarlo de raíz. El anticapitalismo de Morris fue alimentado por su estudio de los poetas románticos y demostrarlo fue uno de los logros de Thompson.

Morris poseía “un profundo amor por la tierra y la vida sobre ella, (y una) pasión por la historia del pasado de la Humanidad. ¡Piénsese! ¿Por qué había de terminar todo ello en un despacho de contabilidad, sobre un montón de cenizas…?” La cuestión se ha tornado mientras tanto más urgente: los despachos de contabilidad se han convertido en rascacielos, el montón de cenizas, en montañas de carbón y restos de fabricación, compuestos venenosos, enormes derrames de petróleo, berilio enterrado, etcétera. Morris dice: ¡Pensadlo! Para nosotros es más bien una obligación. Hacia el final de su vida Morris proporcionó un significado a todo ello mucho más familiar, cuya modestia esconde lo que había de más revolucionario en él, concretamente la sugerencia de que el futuro se encuentra inmanente en el pasado: “Vivimos en una época donde hay un combate entre el capitalismo comercial, un sistema de dispendio peligroso, y el comunismo, un sistema que refleja el sentido común de la comunidad.”

Como leal miembro del Partido Comunista de Gran Bretaña, Thompson no tuvo la misma presión que Morris sintió como fundador de una organización para idear definiciones que comprendieran tanto. El problema de Thompson fue precisamente el opuesto. Se unió al partido que había logrado el socialismo en un sólo país, la Unión Soviética, así que la definición estaba obligada a incluir la raison d’état, lejos del sentido común de la comunidad. Como fundador de la Nueva Izquierda, Thompson injertó en lo viejo lo nuevo, concretamente, el “humanismo socialista”, que, sin embargo, aún hoy no se ha afianzado. Morris tuvo una práctica estética como poeta y artesano, donde la relación entre el comunismo revolucionario y los comunes (commons) encontró múltiples expresiones. Para Thompson, la relación encontró una expresión privada y familiar que se trasladó a su estilo de escribir, como historiador y pacifista. El logro político más duradero de Thompson fue en el movimiento para el desarme nuclear.

Las épocas en que Morris escribió sus textos, a finales del siglo XIX, y a mediados del XX, cuando Thompson escribió sobre Morris, se caracterizaron por una transición planetaria en las fuentes de energía que impulsaban el desarrollo económico, concretamente del carbón al petróleo y de éste a la energía nuclear. Estos cambios están en buena medida ausentes en los escritos de Thompson, igual que los están en los comentarios de Morris. Nada más lejos de mi intención que “reducir” el pensamiento de ninguno de los dos a la base material y energética de las sociedades en que vivieron (la reducción de la superestructura ideológica a la base material fue el error de los marxistas que más criticó Thompson). Morris fue un artesano de muchos y variados materiales, Thompson fue un historiador con talento e innovador. Ambos eran materialistas históricos. Si hemos de reintegrar la noción de comunes (commons) al comunismo revolucionario debemos entender el aspecto material del desarrollo histórico.

Como comunistas, ambos se opusieron al modo de producción capitalista, pero escribieron muy poco sobre él per se. Puesto que el capital requiere la separación del obrero de los medios de producción y subsistencia, y puesto que el más importante de estos medios es la tierra, la comunalización (commoning) debe ser lógicamente la respuesta a los males de la sociedad de clases. No sólo los comunes son la respuesta o la cura terapéutica (si la hubiera), sino que fueron el estado previamente existente: la expropiación original se hizo a partir de los comunes.

Morris era consciente de esto, y también lo era Thompson, aunque lo expresó de manera diferente. Así pues, históricamente hablando, el capitalismo es solamente la parte de en medio, un intermedio, uno quisiera poder decir, entre los viejos comunes del pasado y el verdadero comunismo del futuro. Nuestro lenguaje refleja ese cambio en la degradación del significado del término “común” (commoner): de una persona con acceso a la tierra comunal a una masa innoble e indistinguible, con el significado implícito de que él o ella no posee nada que pueda decir que es suyo.

Esta edición de William Morris: de romántico a revolucionario (William Morris: Romantic to Revolutionary) se publicó en 1977 considerablemente revisada y con notables diferencias con respecto a su primera edición en 1955, como la adición de un post-scriptum de cincuenta y cinco páginas. La primera edición fue ya el resultado de muchos años de trabajo. Contamos con tres fechas en la evolución del Morris de Thompson: 1951, 1955 y 1977. De hecho, la relación entre ambos comenzó mucho antes.

En enero de 1944 Frank escribió a Edward, dos hermanos que eran soldados en los ejércitos que en aquel momento derrotaban al fascismo en Europa, sobre Noticias de ninguna parte (News from Nowhere), al que describió como un ejemplo del “idealismo más apasionado posible”. “Hasta que podamos formar conscientemente nuestro propio destino no podrá haber un bien coherente y equilibrado o belleza”. Cuando las tropas regresaron estaban determinadas a formar conscientemente su propio destino. Noticias de ninguna parte ayudó a formar las perspectivas de Jack Dash, un estibador de Londres y un enérgico dirigente de los trabajadores portuarios –no sólo de su propio puerto, sino de los de la nación y del mundo– cuya huelga de 1947 fue el comienzo de los desórdenes industriales de posguerra.

Morris permaneció con Thompson toda su vida. A un periodista estadounidense que le entrevistó le dijo que “[después de la guerra] impartí tanto literatura como historia. Pensaba, ¿cómo puedo ante todo mejorar una clase para adultos, muchos de los cuales participan en el movimiento obrero, discutir con ellos el significado de la literatura en sus vidas? Y empecé leyendo a Morris. Me capturó. Pensé, ¿por qué se le ve como a una antigualla? Sigue teniendo razón.”

Thompson llegó a la conclusión de que Morris fue “el primer artista de mayor estatura en la historia mundial en tomar posición, conscientemente y sin un ápice de duda, a favor de la clase obrera revolucionaria.” “La discusión entre Morris y Marx la he llevado siempre dentro desde entonces. Cuando en 1956 mis desacuerdos con el marxismo ortodoxo se articularon definitivamente, regresé a los modos de interpretación que aprendí en aquellos años de compañía cercana con Morris, y encontré así, quizá, la voluntad de seguir discutiendo a partir de la presión de Morris que sentía detrás mío.” Y quizás fue éste el modo de mantener la fe en el idealismo apasionado de su hermano. Thompson no eliminó la frase rotunda sobre la fidelidad de Morris hacia “la clase obrera revolucionaria” en su edición de 1977. El propio Thompson elaboró a partir de ella su labor como historiador, aunque no su política contemporánea, pues ambas palabras, “revolución” y “clase obrera”, habían sido perversamente distorsionadas en el discurso de la Guerra Fría.

William Morris: de romántico a revolucionario, fue publicado por vez primera en 1955. A comienzos de 1956 Jruschov realizó su “discurso secreto”, denunciando a Stalin, pero en octubre de aquel mismo año los tanques soviéticos recorrían las calles de Budapest suprimiendo la revuelta de consejos obreros. Entre ambos acontecimientos, Thompson y su camarada John Saville comenzaron una discusión en The Reasoner que duró tres números. Thompson estaba concretando sus ideas sobre moral que había estado explorando a través del estudio de Morris. En el tercer y último número de The Reasoner escribió que la “subordinación de la moral y de las facultades imaginativas a la autoridad política y administrativa es equivocada; la eliminación de los criterios morales del juicio es equivocada; el miedo al pensamiento independiente, el aliento deliberado de las corrientes anti-intelectuales entre el pueblo es equivocado; la personificación mecánica de las fuerzas sociales inconscientes; el menosprecio del proceso consciente de conflicto intelectual y espiritual, todo eso es erróneo.” Thompson fue expulsado del partido. Pero también fue un momento de liberación personal. Describió “una estructura psicológica entre los intelectuales comunistas, desde mediados de los treinta hasta finales de los cuarenta, que nos dejó a todos faltos de confianza en nosotros mismos cuando nos confrontamos con las intrusiones de ‘el partido’.”

No fue algo fortuito que el cuestionamiento del Partido Comunista de Gran Bretaña representado por el debate en The Reasoner y, menos directamente, por su biografía de William Morris publicada el año anterior, ocurriese cuando los estudiantes y trabajadores de Hungría se alzaron contra la dominación de la URRS formando a medida que avanzaba la insurrección consejos de democracia directa. Los estudiantes de Budapest se levantaron el 23 de octubre de 1956. Una semana antes, el 17 de octubre, la Reina Isabel II inauguraba la primera central nuclear con fines comerciales que proporcionaba electricidad. Fue en Calder Hall, Sellafield (Cumbria), en la costa del Mar de Irlanda.

Hasta entonces la electricidad en Inglaterra se generaba gracias al trabajo de decenas de miles de mineros del carbón que tenían el poder de instalar el Estado del bienestar e incluso ir más allá. Desde que el presidente Eisenhower dio su discurso “Átomos por la paz” en la ONU en 1953, el uso pacífico de la energía nuclear condujo a numerosos sueños antojadizos de energía barata sin las interrupciones de la política de los países productores de petróleo o las huelgas obreras. La respuesta en Inglaterra fue la Campaña para el Desarme Nuclear (CND, por sus siglas originales), cuyo famoso símbolo de la paz señaló un tabú sobre las bombas nucleares, pero no sobre la energía nuclear. Aunque la Nueva Izquierda estuvo definida por su relación con las marchas de Aldermaston contra las armas nucleares (1958), fue incapaz de organizarse contra la energía nuclear como tal. La base de la mercancía estaba directamente vinculada a la maquinaria bélica. Se evitó una guerra nuclear, pero Three Mile Island (1979) y Chernobyl (1986) estaban al final de ese camino.

Su subtítulo plantea algunas cuestiones. ¿Qué es un romántico? ¿Qué es un revolucionario? ¿Es el primero todo idealismo e imaginación mientras el último todo realismo y ciencia? El movimiento romántico inglés entre los poetas se correspondió tanto con la contrarrevolución como con la intensificación en el movimiento de cercamiento de tierras. Los comunes agrarios y la subsistencia que proporcionaban estaban desapareciendo rápidamente. Aunque Thompson hará de este tema uno de sus libros de historia más importantes, Customs in Common, no lo vinculó en los cincuenta a los poetas románticos. Thompson afirma que la grandeza de Morris se encuentra en su “realismo moral” que infundió especialmente en Noticias de ninguna parte (1890) y Un sueño de John Ball (1886).

William Morris dio una lectura sobre comunismo en 1893 hacia el final de su vida en la Hammersmith Socialist Society. Afirmó que “si nuestras ideas de una nueva sociedad son algo más que un sueño, tres cualidades deben animar el deber de la mayoría del pueblo trabajador; y entonces, por así decir, la cosa estará hecha.” Las tres cualidades que deseaba lograr eran “inteligencia suficiente para concebir, coraje suficiente para querer, poder suficiente para forzar.”

El valor de la biografía de Thompson es que hace que te encuentres justo en el desarrollo político de la vida de Morris como militante quien, en consecuencia, debe ir, primero, a la clase trabajadora, y de aquí al modo de producción. Thompson puede que no haya escrito sobre los cambios materiales en la vida social de la época sobre la que estaba escribiendo, pero ciertamente era consciente de ellos en la época en que Morris vivía. “¿Cuál es la bisagra de la que depende actualmente el mundo del trabajo?”, preguntaba Morris. “La minería”, respondió.

La biografía perteneció a un año en el que la gente de color del mundo se reunió en Bandung, Indonesia, buscando una tercera vía que no fuese capitalista ni comunista. Rosa Parks tomó asiento en el frente de un autobús en Montgomery, Alabama. El historiador francés Alfred Sauvy acuñó el término “Tercer Mundo” en 1952 para reflejar una realidad que comprendía geográficamente a Latinoamérica, el Sureste asiático, Oriente próximo, África y Oceanía, y que no era ni el Occidente capitalista ni el Oriente soviético. Su uso remitía al Tercer Estado, los comuneros de Francia que, antes y durante la Revolución francesa, se opusieron a los clérigos y nobles que componían el Primer y el Segundo estado. Sauvy escribió que “como el Tercer Estado, el Tercer Mundo no es nada y quiere ser algo.” Allen Ginsberg leía ese mismo año su poema Aullido (Howl) buscando un enlace rapsódico, hip, con la gente de color contra el “Moloch cuyo amor es petróleo y piedra sin fin” (Moloch whose love is endless oil and stone).

Aunque la biografía de Thompson fue una poderosa contribución a la búsqueda de las raíces indígenas radicales en Inglaterra, también fue parte de la agitación mundial de las capacidades morales de la humanidad, cuya indignación más amarga acaso fue el recibimiento de la explosión americana de la Bomba H (nombre código Bravo) en el Atolón de Bikini en 1954, que envenenó a los pescadores japoneses a bordo del “Lucky Dragon” e inspiró Godzilla.

Notas del T: [1] La palabra inglesa Commonwealth significa “mancomunidad” y refiere hoy a una forma política, pero como término compuesto, su origen remite a la expresión “riqueza común”. Todo el texto de Linebaugh juega con las variaciones del término common (común). [2] John Bull es la personificación del carácter nacional británico –particularmente del inglés– en el mismo sentido que Michel lo es de los alemanes. Aquí se refiere al ciudadano común inglés.

Peter Linebaugh es profesor de Historia en la Universidad de Toledo. The London Hanged y (con Marcus Rediker) La hidra de la Revolución: la historia oculta del Atlántico revolucionario (trad. castellana: Editorial Crítica, Barcelona, 2005). Su último libro es el Manifiesto de la Carta Magna (California Univ. Press, Berkeley, 2009). Este ensayo está adaptado del prefacio a la nueva edición de William Morris: de romántico a revolucionario de E.P. Thompson (Spectre). Fuente: Counterpunch.org, 17-18 de septiembre de 2011. Traducción para www.sinpermiso.info: Àngel Ferrero.

«

Print Friendly, PDF & Email
Fobomade

nohelygn@hotmail.com

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *