El genocidio de los indocubanos

Las comunidades se encontraban en distinto grado de desarrollo; a las más adelantadas, agricultoras-ceramistas, por los sonidos escuchados, los españoles les dieron el nombre de taínos, como ellos se decían de acuerdo con su lengua (hombre bueno y manso).

Ciboneyes (hombre de piedra o que trabaja la piedra) llamaron a los grupos de pescadores, recolectores -algunos ya incipientes agricultores y ceramistas- y, a los más atrasados, guanahatabeyes, consumidores solo de frutos silvestres y animales de los montes, pescados, tortugas y moluscos.

El cambio en las condiciones de vida y la explotación de que eran víctimas mermaron bruscamente a los integrantes de las comunidades originarias a menos de cinco mil en 1555, de los alrededor de 100 mil existentes, según cálculos al comienzo de la ocupación por Diego Velázquez, en 1510.

La cadena reproductiva natural había quedado rota; los conquistadores se apropiaban de todo, incluso de las mujeres.

Hubo violencia en el periodo de la conquista llevada a cabo en tres etapas hasta 1514, pero lo fundamental sucedió desde el reparto de los llamados indios entre los conquistadores, hombres dispuestos a todo por obtener riquezas, menos trabajar con sus manos.

El conquistador español Velázquez, procedente de La Española, desembarcó en la región oriental de Cuba, en un punto sin precisar entre Guantánamo y Maisí, con unos 300 hombres, en calidad de empresa militar y su primer objetivo fue pacificar una rebelión de los naturales en la región de Baracoa.

Aunque los pobladores desconocían las prácticas guerreras, en las montañas se refugiaron otros llegados de la vecina Haití (La Española) y lograron el apoyo de locales, temerosos de la violencia de los españoles a su paso.

Hatuey, que fuera cacique de Guahabá, resistió largo tiempo hasta caer prisionero por la superioridad del armamento de los invasores; fue juzgado como hereje y condenado a ser quemado vivo en una hoguera.

Otro notable hecho de sangre fue la denominada matanza de Caonao, narrada por un testigo, Fray Bartolomé de Las Casas, que nada pudo hacer para impedir el asesinato ocurrido cerca de la actual ciudad de Camagüey.

Las fuerzas de Pánfilo de Narváez, sin justificación, atacaron a unos dos millares de indios que, en cuclillas, los esperaban en una plazoleta para darles la bienvenida con casabe y pescado, productos de su dieta diaria.

De pronto, un español atacó a un indio con su espada y se generalizaron los asesinados. «Iba el arroyo de sangre, como si hubieran muerto muchas vacas».

Respaldado por Real Cédula de 1513, el conquistador y primer gobernador de Cuba entregó encomiendas (distribución de lotes de indocubanos), en tanto se establecían las primeras villas y la administración colonial.

Como las encomiendas podían ser revocadas y asignadas a otras personas, los encomenderos, en general, expusieron a hombres y mujeres -en régimen de servidumbre- a trabajos agotadores en los lavaderos de oro dentro de los ríos, en el cultivo de la tierra y en el traslado del mineral a grandes distancias.

A falta de caminos en un país cubierto de bosques, los colonizadores se trasladaban por las costas en las canoas de remeros indios.
Fueron utilizados, además, como escuderos y cargadores en las diversas expediciones de conquista (1517 a 1520) que partieron de territorio cubano hacia el continente americano.

«En obra de tres meses murieron más de siete mil niños y niñas, por ir las madres al trabajo», escribió Las Casas, «… como llevaban los hombres y mujeres sanos a las minas y los otros trabajos, y quedaban en los pueblos sólo los viejos y enfermos, sin que persona los socorriese y remediase, allí perecían todos de angustia y enfermedad, sobre la rabiosa hambre».

El resto lo completaron las enfermedades introducidas por los extranjeros, las muertes por maltratos y agotamiento, los suicidios colectivos y las represiones contra los que escapaban a los montes.

A finales del siglo XVI, ya suprimidas las encomiendas, los indocubanos sobrevivientes eran sirvientes de los españoles; en Occidente, unos 60 casados fueron concentrados en Guanabacoa, pueblo de indios, con un protector contratista de obras.

El Caney y Jiguaní, en Oriente, con fines parecidos, surgieron a mediados del siglo XVIII.

* La autora es historiadora, periodista y colaboradora de Prensa Latina.

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