Glenn en el Angosto de El Bala

Previo al encuentro, fuimos en bote hasta el lugar conocido como el Angosto de El Bala, llamado así porque una de las montañas que encierra el curso del río tiene un orificio como si un cañón se lo hubiera causado. Es un lugar bellísimo, donde el río forma playas de arena y grava, que están llenas de semillas de chonta con la que los pobladores confeccionan adornos y artesanía. Ese viaje nos lleno de la fuerza de la indignación, al imaginar la enorme pared en el río que significaría la represa de El Bala y nos fuimos decididos a compartir con el mundo todo ese sentimiento. Luego alimentamos esa indignación con los documentos de investigación apoyados por Glenn, con los  que se demostró la incongruencia económica de tamaño megaproyecto, cuya energía, para ser exportada, tendría que cruzar el país de oeste a este, desperdiciándose en el camino.  

Ubicado en las serranías del Subandino, El Bala causaría una gran destrucción, debido al enorme volumen y altura del embalse  y a la existencia de una extraordinaria biodiversidad generada por  el encuentro entre los Andes y Amazonía, en una de las regiones de mayor potencial hidroeléctrico de Bolivia y de Sudamérica, la misma que podría ser aprovechada para satisfacer las urgentes necesidades de energía accesible para el desarrollo, a través de pequeños proyectos adaptados a las necesidades locales y no de megaproyectos como El Bala, que demandan créditos onerosos, tiempos larguísimos y sólo causan desalojo e inundación.

Glenn nos dio el impulso, los contactos, el apoyo incondicional.  Los que llegaron al encuentro, por el río, por carretera, por avión, se enteraron cómo se vive al lado de una represa, rieron con las historias de vida de Juan el colombiano y Joceli el brasileño. Supieron que con las represas todo es al revés de lo que dicen quienes las promueven. Cuando la represa se llena, entonces, las compuertas deben abrirse y la gente debe ser inundada porque debe salvarse por encima de todo…. la represa. Supieron como nunca se sabe cuando soltaran el agua o cuando la retendrán, entonces los botes de las personas quedan al centro del embalse o al centro de la playa, nunca al alcance; como la tierra se agota aguas abajo, porque el río no deposita más sus fértiles sedimentos, y los peces no vuelven a pasar, se acaba el sustento principal de sus pobladores.

Con la represa se acaba para siempre el libre tránsito del río, que permite unirse a los pueblos, a las comunidades y a las familias. Se acaba la libertad de compartir entre comunidades que se encuentran gracias al río, la posibilidad de cambiar sus productos, intercambiar en sus festejos, de ir al pueblo, de buscar ayuda o pedir una mano solidaria. Se acaban también los ingresos que traen los visitantes, los proyectos y se acaban los sueños. Los pueblos del río no pueden vivir si el río se muere. Se morirían ellos, como los esse ejjas de Eyeyoquibo, los chimanes, mosetenes y takanas de Pilón, los josesanos y quechua-tacanas del Madidi si el Bala llegara a construirse.

El Bala no se construyó, pero, sorprendentemente, funcionarios del gobierno actual, liderizado por el mayor defensor de la Madre Tierra en los espacios internacionales, actualmente intentan resurgir una vez más el absurdo proyecto. Incluso lo han insertado en el programa del nuevo gobierno, pero el presidente debe saberlo, si estuviera Glenn también se lo diría.

Pero Glenn partió en la madrugada del solsticio de verano y quienes compartimos con él, lo encontraremos en cada río, en cada playa, en cada montaña, en la Amazonía, en los Andes y en el Pantanal, apoyándonos…. como tantas veces, como siempre.

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Fobomade

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