Punto de no retorno: perder el miedo al mundo*

Hoy más que nunca: Toromonas. Volvamos a sentir que somos los dueños del mundo y de nuestro destino, que nuestro dominio místico y mágico del universo vuelve a restaurarse, como si volviéramos a nacer de nuevo, a florecer una vez más, despojándonos de siglos de negación de la vida, el cuerpo, los cerros, la lluvia, la selva, el mar. Conjuremos el miedo –seamos libres en el fondo de nuestro espíritu, en comunión con las almas de todos los seres libres que conjuraron el horror del mundo, la sorpresa del mundo, el dolor del mundo– y volvamos a sentir de verdad, destapando la sabiduría que hay adentro nuestro, al héroe que retorna a las cordilleras, que camina sobre las aguas, que escribe su nombre en la piel de los desiertos.

Hoy más que nunca: Toromonas. Sentir la diversidad. Habitarla y amarla a fondo, sin defensas, sin atenuantes, sin treguas. Yo te respeto no porque tú me respetas; te respeto porque, de lo contrario, yo no me respeto: ese es el ritmo cósmico. Cada cual es su vitalidad interior, su manantial de amparo y hazañas por venir, allí donde la vida y la muerte se rozan, allí donde hay luz y también hay tinieblas, allí donde arrecia la conciencia pero sobre todo aflora la inconsciencia donde nos volvemos a mirar al espejo y nos reencontramos.

Hoy más que nunca: Toromonas. Mi corazón me anda pidiendo una victoria. Una victoria del territorio, una victoria contra el miedo, una victoria del respeto. Sentir que revive el horizonte de las antiguas verdades y que el día llega como una revelación con sus buenas nuevas, su alborada de justicia, su misterio y que haremos pan para todos –pan urgente, pan histórico, pan de fiesta– contra el caos de lo que se desmorona y estalla. Mi corazón, dice el relámpago que ya no me acongoja, no se equivoca.

Hoy más que nunca: Toromonas. Estar, sentir, saber, hacer. Si hay un fuego para la forja ese es el pueblo, con su antigua verdad, con su relevación, con su respeto. Si hay un fuego es el pueblo y su ser la patria y su sueño de patria. Patria de nieve y verdad. Patria de ecos que nos sublevan. Patria profunda de nuestros mártires, nuestros muertos. Patria de poetas y de guerreros. Allí nos encontramos todos: de cara al sol, la luna, el viento. Crucemos ese punto de no retorno y perdamos el miedo al mundo. Está ahí afuera y nos está esperando. 

 

* Publiqué este texto en diciembre de 2005, como mensaje de bienvenida al nuevo año cristiano, el primero del “cambio” para el pueblo boliviano. Ahora que la historia se repite, me parece de lo más pertinente reenviarlo. Sólo que antes agregué “Por un 2006 de pasión y justicia. Por una Bolivia de hermanos”. Hoy, supongo que cada cual lo leerá como quiera leerlo. Pero celebremos todos lo mismo: pasión, justicia y resistencia por una Bolivia entre hermanos. Mis mejores deseos de lucha para todos.

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