15 May
2009

Hace más de 20 años nuestro profesor de patología infecciosa de la facultad de veterinaria nos definía a los pollos y cerdos de granja moderna como “monstruos metabólicos”, seleccionados por multinacionales de la genética. Sus huesos se rompen sin resistir el peso, su corazón explota sin poder atender a tanta masa muscular, sus vísceras sufren para transformar tanto pienso en carne. El objetivo es que pongan kilos en el menor tiempo posible, y si hace 20 años parecía increíble que un pollo estuviera a punto en dos meses hoy ya se hace en 40 días.

La competencia impuesta por las poderosas integradoras de carne manda. Manda a los ganaderos, integrados en su cadena, a producir más kilos en menos tiempo y en menos espacio. Estos bichitos Schwarzenegger, que nacen con una enfermedad impuesta por el hombre que les genera un voraz apetito, pero una total indefensión a las enfermedades, se hacinan por millares en naves cerradas como los judíos en Auschwitz.

Sus excrementos se almacenan y fermentan bajo sus pies, dejando una peste amoniacal irrespirable. Los ganaderos retiran a diario decenas de cadáveres y, para reducir las bajas, medican agua y alimento y aplican los antibióticos disponibles por la industria farmacéutica.

Los virus circulan a gran velocidad entre estas aves y al paso por alguna de ellas mutan su genoma y se adaptan a vivir también dentro de un ser humano. Parecería un castigo al maltrato, si no fuera que el primer castigado es un ganadero, también maltratado por el sistema, y ahora hospedador de un virus loco (aviar o porcino), que a su paso por otros hombres podrá ir haciéndose más letal.

 

Se dice que este es el medio que tiene un mundo en rápido crecimiento de consumir carne barata, pero FAO y múltiples ONG saben que la producción intensiva de animales absorbe grandes cantidades de cereales, necesarios para los más pobres, los que más peligro corren de morir en esta gripe sin medicamentos ni vacunas. Porcina o marrana, quiere eliminar a quienes nunca comieron un salchichón.

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